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Llego al mediodía a casa y enciendo la tele para escuchar algo de fondo mientras me caliento la comida. No se qué extraña fuerza me empuja a poner las noticias de Antena 3. Siempre han sido para mí como una especie de bálsamo de la realidad, que produce en mi una sensación de cabreo y a la vez me hace ver de un vistazo por dónde discurre la sociedad y hacia dónde nos quieren llevar. En ese momento están dando una noticia sobre un concierto de U2. Cuando termina aparece el presentador con esa extraña apariencia de marioneta manejada por alguien escondido bajo la mesa, y dice lo siguiente con una mezcla de voz entre simpática y condescendiente:

-"Les hemos hablado de un videojuego, les hemos hablado de un disco y ahora les vamos a hablar de un libro."

Esta frase, aparentemente usada sólo como introducción, produce en mi en ese instante un sentir extraño: "nos estan hablando de cultura, pero de la buena". Pues si señor, se estan dirigiendo a tí miles de mentes pensantes (políticos, investigadores, jefes de campañas publicitarias, estadistas, periodistas, directores de marketing, economistas, etc.) para decirte que en un telediario de los grandes, uno de los de verdad, no el de Localia o el de Onda Giralda, sino el de una cadena con mayúsculas, seria, de las que tienen un botón reservado en el mando de la tele, pueden dedicarle tiempo a la cultura, a leer, escuchar música y jugar...

En fin, no me dura mucho el shock porque rápidamente dan paso a los deportes (que no entiendo por qué lo siguen llamando así si sólo hablan de fútbol) para informarte de lo más interesante: que Behckam no ha terminado un entrenamiento porque se encontraba un poco cansado y la imprescindible opinión del entrenador del equipo nacional acerca del partido de dias atrás (incluyendo las triquiñuelas para ver a quién convocará para la próxima "concentración").
Y ya, ya ha pasado, se fue la oscura necesidad que me impulsaba a coger un libro o escuchar un buen disco. Ahora sólo quiero ir al partido del Madrid para ver a esos galácticos divertir al gran público, comerme un par de paquetes de pipas e insultar a gritos al árbitro.
¡Qué alivio!